VIAJE A BURIATIA
En el XIX la Sociedad Geográfica rusa exploraba con firmeza las soledades asiáticas y en sus salones se leían los informes de sus exploradores y científicos. El principe Kropotkinfue uno de los ilustres disidentes de la Corte, que se comprometió con las revisiones sociales del siglo y con las pasiones de la ciencia. Sus trabajos como teórico del futuro son conocidos por la notoriedad que adquirieron en los círculos anarquistas rusos y europeos. Menos apreciadas han sido sus obras científicas. Apenas se cita la obra que le enfrentó a las teorias de Darwin y en la que defendió los postulados del apoyo mutuo como criterio de organización en la Naturaleza. Su presencia en los debates polémicos del siglo se ha diluido, y con ella las noticias de una biografia intensa.Kropotkin exploró Siberia y el pais buriato. Trazó la apertura de nuevas vías de comunicación y levantó la cartografia de los montes Sayanos, donde una montaña lleva hoy su nombre. Sus itinerarios cruzaron Buriatia. Una región que, entre el lago Baikal y el desierto de Gobi, se convirtió en el engarce entre oriente y occidente.
La suya no era una frontera geográfica, sino política. La expasión de la Rusia europea alcanzó estos confines y los dispuso como su atalaya oriental. Un lugar para mercaderes, exploradores, disidentes religiosos, deportados políticos y tropas de vigilancia. Buriatia fue acumulando en su memoria el paso de estos hombres.
En la capital de Buriatia, Ulán-Udé, se levantan las descomunales proporciones de un monumento excesivo: la cabeza gigante de Lenin que sonrie sobre un pedestal de piedra. La marca solemne de una época. La gente pasea , soporta las privaciones, trabaja. La ciudad parece una inmensa sala de espera. Silenciosa y disciplinada la gente hojea las revistas antiguasque caen en sus manos, sin prestar demasiada atención a lo que fué escrito. Están preparados para seguir perdiendo el tiempo.
En el monasterio budista de Ivolgá, al sur de la capital, un anciano lama de noventa y cuatro años conserva erguida su columna vertebral. Le acompaña el joven monje que lo asiste y unos devotos que lo escuchan con veneración. El lama parece que ha perdido volumen físico y su cuerpo ha reducido sus dimensiones con una gran elegancia y proporción. Su respuesta es rápida y sus palabras intensas. Se ciñe a la cuestión y balancea su cabeza con un benévolo gesto de ironía. Puede recordarlo todo y contarlo todo con claridad. Su nacimiento, sus estudios como joven novicio y, de repente, la llegada de las tropas bolcheviques. El fusilamiento de los lamas, el incendio de los monasterios, el campo de concentración, las torturas. Los años de confinamiento, la persecución, el miedo en la cara de la gente, la humillación de los venerables monjes, la retórica del nuevo régimen, el régimen de trabajos forzados, la soledad de Siberia y la vigilancia policial, la movilización para la guerra. Su boda, sus hijos sus nietos y, al final de la vida,l con la “perestroika”, su inmediato retorno al templo restaurado. Se ha vestido con el hábito que nunca se hubiera quitado de enciama. Ha vuelto a casa.
Lama Ayusi tiene un ingenioso sentido del humor y es imposible atisbar alguna mueca de actitud en un inventario vital que casi abrca cien años de existencia. Es difícil creer que tantas heridas no alimenten algún resentimiento y causa extrañeza la fidelidad de un recuerdo que parece no reprochar nada.
En Buriatia el pleito entre Museo y Templo esboza la misma tensión histórica. Las resonancias de un conflicto que parecía abolido y que en este país expresa el retorno de poderosas formas del pensamiento religioso. Una visión del mundo se restaura cuando los monasterios piden los objetos que les pertenecen. No sólo es la recusación del bandidaje ni la reclamación del estatuto institucional del monasterio. Los modos de entender la vida y la muerte, que quiso extirpar una descomunal maquinaria policial, vuelven sigilosamente, recomponiendo su credo y una tradición que se remonta a los orígenes fundacionales.
El Museo y el Templo en su pelea confrontan dos medidas del tiempo: la que registran los anales históricos y la que evoca la leyenda. Dos pesos tambien: la voluntad que quiere escribir la historia y la que se acomoda a la tradición.
Basilio Baltasar (Bitzoc literatura 1995)